“Eres muy dura contigo”

“Eres muy dura contigo”.

Escuchar las mismas palabras unas tres veces en menos de cuatro semanas, evidenció que quizá era momento de considerar seriamente este punto ciego en la forma que me veo, me trato y me presento.

No puedo decir que antes del último mes me hubiera podido percibir como una mujer “dura” consigo misma (ni siquiera como una “mujer dura”, en realidad), hasta que noté que existía una narrativa en mi mente que se basa en la idea: “No debería estar viviendo esto”.

“No debería estar pensando/sintiendo/haciendo esto”.

“Ya debería haber superado esto”.

“Ya había experimentado esto, ¿cómo puedo ser tan pendeja para repetirlo?”.

“¿Para qué putas han servido tantos años de terapia, montañas de libros, horas de podcasts y videos y decenas de cursos y talleres?”.

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“Eres un pinche fraude”.

“Nunca vas a ser suficiente”.

“Si ya hubieras aprendido, no estarías en este lugar”.

“¿Ves cómo sí hay algo mal contigo?”.

Pensaba que esas cosas no se traían a la luz, porque entonces estaría haciéndome “la víctima”. Y solo puedo imaginar muy pocas cosas más vergonzosas que eso.

Hasta que no quedó de otra.

En la luz pude ponerle nombre a lo que sentía (y todavía siento): vergüenza.

Mi escala de valores públicos es una, pero mi escala de valores medio invisibles va en sentido contrario. Es más, ni siquiera creo poder considerarla MÍA. Midiéndome con la vara del “debería” es obvio que jamás voy a llegar a una cifra “suficiente”. Es así como se vive una vida de castigo. Es así como el ego se alimenta y crece; es así como trata de protegernos, hasta que ya no sabemos en dónde termina cada quien. ¿Son sus pensamientos o los míos?, ¿soy los pensamientos o soy quien los observa?, ¿por qué separar a las voces interiores se siente como muerte y vida al mismo tiempo?

Estoy aprendiendo a ser más suave conmigo. Estoy aprendiendo a ser “suave”, pues. Es como andar por un cuarto oscuro y golpearse los pies con esquinas de madera cada cuatro pasos, porque nunca me vi a mí misma como “dura”. Duele un tanto, pero creo que es la única forma de reconocer el acomodo de los muebles del hogar interior, mientras las velas encendidas se van multiplicando con el paso de los días.

Estoy aprendiendo que si el ego no puede ser “el más vergas”, entonces va a tratar de ser el más miserable. Estoy aprendiendo a bailar con él y a darnos momentos de descanso en bancas diferentes. Estoy aprendiendo quién soy cuando no está en mi cuerpo. Estoy aprendiendo a escuchar a otros observadores, pero también a priorizar lo que vibra dentro de mí.

Estoy viviendo lo que millones han vivido, viven y vivirán, y creo que eso es más que suficiente.

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