He llegado.
Mi mayor deseo se ha hecho realidad.
Y no sé qué escribir al respecto.
Debería estar llenando páginas y páginas con emociones, dolores, poesía, experiencias, realizaciones y manuales.
Pero solo encuentro silencio.
Hay una pared blanca frente a mis ojos. Más silencio.
Miro fijamente, pero con los ojos relajados, en calma, sin buscar nada con ellos.
Ya he visto todo lo necesario. No hay a dónde ir.
Todo es blanco, blanco, blanco.
Mi cuerpo está de pie sobre el suelo, firme, pero lo siento suspendido en el infinito, ligero.
Silencio, silencio, silencio.
Es todo. Treinta y cuatro años.
El amistoso dolor ha roto su promesa de eternidad. En un momento, cuando ninguno de los dos lo esperaba, me ha sonreído y ha abandonado mi cuerpo. Salió por mi boca, mis ojos, mis manos, mi cuello y mi cabeza. Se fue como un humo negro que dejó solo un vacío blanco. Una hoja en blanco.
Silencio. Se acabaron los libros sin respuesta en las primeras nueve páginas, la dosis de cada mañana, las tiradas de cartas, las despedidas, las meditaciones forzadas, las llamadas de madrugada, el ahogo y el mañana.
Todo ha sido interrumpido. Hemos frenado juntos, de golpe y con el cuerpo asegurado. No hubo gritos, no se derramó sangre, no quedaron deudas. La guerra solo sucedió en nuestras mentes.
Se cumplieron promesas, esas que hicimos en el otro lado, antes de regresar. Me prometí aprender, expandir y enseñar. Te prometí ardor, y tú me prometiste libertad. En este plano de contrastes fui cautiva de constructos y tú fuiste soberano del reino material. Hoy me toca volar mientras te toca mi lugar.
Terminamos. Terminamos la primera parte del acuerdo. Cada uno está en la casilla del tablero que debe de estar. Proyectamos el futuro del otro desde nuestro lado del mundo.
En silencio, sigo parada frente al campo de las posibilidades inagotables. Veo blanco, blanco, blanco. Mis ojos no buscan nada. Los cierro. He llegado.
Me veo caminando en su cocina y suplicándole a Dios por un regalo, sin saber que soy yo misma recordando para qué llegué a esta casa: “Pero sobre todo, quiero que siempre me mantengas libre; libre de dependencia emocional. Quiero perder el miedo a perderlo”.
Nunca quise a ninguno de ellos; quería mi entereza al final de ellos. Todos fueron el medio perfecto para mi resultado. He tomado de cada uno lo que me faltaba.
He llegado. Tengo lo que más quería.
Hay blanco frente a mis ojos, mi cerebro, mis dedos y mi corazón. Una hoja en blanco.
Mi mayor deseo se ha hecho realidad.
Escucho una voz que seduce al silencio. Es mía.
Y esto es lo que tengo que escribir al respecto.