A veces desearía saber hacerlo todo más fácil; que creyera de verdad que puede ser más fácil, como la mayoría de la vida me ha salido.
No tengo otra forma hasta el momento. Puedo imaginarla, pero no la alcanzo. Ya no hay libro, video, audio, sesión o plática que alivie tanto como prender velas en los cuartos que cerré cuando tenía 3, 5 ó 7 años. No encuentro mayor alivio que el que da caminar entre pasillos fríos, pasar los dedos por paredes empolvadas y retirar telarañas.
A veces desearía no burlarme del dolor que me visita; que pudiera permitirle más espacio para que me abandone rápido, como la mayoría de ellos lo han hecho.
A veces vuelvo en sí. Veo al cielo y siento el hilo que nos conecta de frente a frente. Lo siento hasta que lo veo, dorado como el sol que compartimos. Le pido que me recuerde cómo respirar, y me da aire de corazón a pecho. Le pregunto el para qué y si me puedo regresar antes de tiempo. Mientras mis labios sueltan todo el aire junto a la última palabra, siento miedo de que nunca termine. Siento, poco a poco, cómo el pánico comienza a derramarse desde algún punto medio en mi cerebro, baja por mis mejillas, me entumece el rostro y la garganta y sale de mi cuerpo en forma de inhalaciones y exhalaciones aceleradas.
Aprieto los ojos con tanta fuerza, que el tiempo se detiene. Siento vergüenza mientras escribo esto. Me pregunto qué pensará mi familia, la gente que me importa y la que no.
En esa misma pausa, escucho:
“Puedes irte cuando quieras. La puerta siempre está abierta. Pero como soy tú, tanto como tú eres yo, sé que en el fondo no lo deseas. Mira, mira hacia mí. Elige cada pensamiento que te acerque a mi voz. Aquí todo es posible. Todo. Y en ese todo está el completo alivio. Ya existe. Confía, aunque parezca una burla, en que existe. Lo que deseas ya está contenido en mis manos. Déjame entregártelo”.
Creo que escucho, pero en realidad, recuerdo.
Vamos volviendo a casa en el silencio. Vamos cambiando de sitio cuando el techo nos comienza a asfixiar entre él y el suelo. Vamos viendo el espejo caer a pedazos.
Vamos integrándonos cuando ponemos luz en nuestras sombras: en lo que hemos suprimido, negado o rechazado.
Vamos juntas recordando y desaprendiendo; dando espacio para que todo quepa y nada sofoque. Vamos hablando de nuestras verdaderas necesidades; esas que quedan cuando se va el terror. Vamos viajando al pasado y trayendo de vuelta los fragmentos que se quedaron en él. Vamos confiando en que nunca, nunca estamos solas. Vamos creyendo en nosotras. Juntas. Una.