Mi cuerpo, mi casa

Hace unos meses, mientras salía de mi cocina un día cualquiera, de la nada aterrizó en mi cabeza una idea que se medio acomodó en una serie de palabras:

Te levantas cada día, y la “tortura” comienza frente al espejo.

“Me veo horrible”.

“Tengo que quitarme estos pelos ya aunque no tenga ganas”.

“Urge bajar esta panza”.

No han dado las siete de la mañana y tú ya le declaraste la guerra a todo lo que es tuyo.

A ese cuerpo al que le dices todo el día, todos los días, desde que abres los ojos hasta que los cierras, QUE NO. Que no es suficiente.

Tú le repites que no, que no y que no. Que debería ser más firme, más grande, más chico, más alto, más blanco, más fuerte, más joven, más, menos, menos, más.

Y él te escucha. Y responde.

Esas piernas grandes y fuertes son las que te llevan a otras ciudades, esos pechos que tan caídos están, alimentan a tus hijos, esos brazos que te avergüenzan sostienen a una amiga que necesita rendirse un momento.

Ese cuerpo es el que te pide un descanso, el que sana con el tiempo, el que apapacha, el que besa, el que se desnuda, el que te regala orgasmos, el que baila, el que juega, el que duerme por horas cuando tu corazón está roto y te levanta al otro día a seguir creyendo en el amor. Es el que crea.

Y mientras tú le digas lo que le digas, malo o bueno, ese cuerpo es el que está haciendo todo lo que puede por mantenerte viva.

Él se queda contigo. Y se quedará contigo hasta el día que desaparezca.

Cuídalo.

[[Fragmento de mi libro, “BRAVA, FUERTE Y DIGNA”]]

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