Abrí los ojos después de otra noche con la misma película corriendo en mi mente, y pensé: “No quiero morirme, pero tampoco quiero seguir viviendo de la única manera que conozco. No sé qué hacer”
“Morir”, pensé después. Morir y volver a morir. Cuando no me salga vivir, voy a elegir la muerte.
Voy a elegir ahogar a cualquier persona de aire, que de frente me jure que mi futuro está escrito en células, huesos, músculos y sangre. Voy a elegir quemar a cualquier persona de sombra, que al oído me asegure que lo puedo todo, menos esto. Voy a elegir disparar a cualquier persona de hielo, que a gritos me reclame que soy demasiado visible para este mundo.
Cuando den las ocho, las nueve, las diez acariciando las once, voy, con el cuerpo muerto pero aún latiendo, a ahogar la genética, quemar el trauma, disparar al cobarde que se esconde detrás de un reino anónimo.
Cuando mis piernas me lleven de la cama al sofá, voy, con las mejillas húmedas y los ojos rojos en blanco, a asfixiar con doce, trece, catorce, quince almohadas los últimos diecinueve años.
Cuando me siente frente a esta pantalla, voy, con el cuerpo entero, los dedos apresurados, la mente enfocada, los oídos saturados y la absoluta certeza de que todo fue solo un mal sueño, a reírme de mí y conmigo. Voy a preguntarme de dónde salió todo esto. Voy a elegir una foto bonita. Voy a sumar una página a los libros infinitos que llevarán mi nombre.
Cuando ya no sepa por qué vivir, voy a matarme.