"Si bajara un poco de peso, se vería aún mejor".
"¿Cómo puede ponerse (o quitarse) eso en una playa pública?".
"No mames, está toda cuadrada y pateada".
"¿Por qué estará tan gorda si, según ella, hace ejercicio?".
"No entiendo por qué se cortó ese fleco horrible".
"Ya trae la cara toda arrugada, como que dio el viejazo".
"Tan bonita y nunca se arregla".
"Ese tipo mamado es súper mamón y hueco".
"Está bien buena; pero con tanto plástico, cualquiera".
"Nació hombre, no importa lo que se quite o ponga. Nunca va a ser mujer".
Detrás de cada centímetro de piel hay una historia. Detrás de un kilo más o menos. De cada vena en sus piernas. De cada estría. Detrás de cada rostro que acumuló líneas y arrugas en pocos meses. De cada espalda marcada y cada brazo flácido. De cada línea de tinta. De cada corte de pelo.
Escondemos anhelos, alegrías y terrores en el cuerpo. Quemaduras de sol en las mejillas. Días sin comer. Dolor de estómago y luego mariposas. La memoria de la arena en nuestros pies. El frío en las manos y la nariz. El olor a lluvia y humedad. Guardamos cicatrices por ser valientes o estúpidos; las coleccionamos y mostramos con orgullo.
¿Cuántas veces has calificado un cuerpo y cuántas más has castigado el tuyo?
No sabes, no sabemos. No conocemos, ni queremos conocer. Tal vez la piel que estás viendo y te provoca tanto asco, está mutando o es nueva y vulnerable. Es la piel más asustada o valiente que ha sido hasta ahora. O tal vez es tan bella que esconde un deseo de amor casi doloroso. Está bien no estar bien, está bien cambiar, está bien guardar.
Esta es su respuesta.
Eres perfecto, eres amado, eres especial y no necesitas la validación de nadie. Empieza amando incondicionalmente la piel en la que vives. Cualquier otro tipo de amor, eventualmente, llegará.